La oradora y la hereje

Vino a visitarme, después de mucho tiempo una amiga muy querida que durante unos años no
la pasó  nada bien, en su momento hasta les pedi a ustedes que rezaran por la salud de su hijita.
Gracias a Dios, a los medicos argentinos y a los especialistas que consultaron alrededor del
mundo, la chiquita está  muy bien, aunque siguen los controles por supuesto.
Ella lo llama milagro, yo no lo dudo.
Desesperada hizo muchas promesas y las cumplio una por una.
Toda su familia se acerco a la iglesia de manera absoluta, van a misa todos los días, toman diariamente la Comunion, hacen retiros y casi casi yo diría que  sus vidas fueron entregadas a la Iglesia. Por lo que viví en esas horas que duró su visita a mi casa, ella venía impregnada de "deseos de evangelización " porque cualquier cosa que hablábamos se derivaba al terreno eclesiástico.
Yo, que soy una hereje criada en colegio de monjas me sentí una porqueria porque le retrucaba a cada  rato sus ideas, es que no creo en los hombres - salvo honrosas excepciones -  que dicen representar a  Cristo en la tierra.
La tarde transcurría y ella hablaba de un cura buenísimo que cuando no está  borracho es una maravilla, de otro que se hizo muy amigo de su familia pero ya no lo ven tan seguido en la capilla cercana por desavenencias con sus superiores o del otro cura que yo tengo cerca  de mi barrio al que yo personalmente no quiero ni un poquito y me salió del alma decirle... - ¡¡ Noooooo, no me podes hablar maravillas ese tipo, es un desgraciado que tiene una hija de cuarenta años que nunca reconoció, le gusta demasiado la plata y encima es un viejo falso, me extraña que lo alabes, acepto tu extremo misticismo y me pone feliz escucharte tan entregada a la iglesia, pero no me niegues que los hombres que la conducen en muchos casos  dejan mucho que desear.
- Es que a mí no me importan sus vidas, yo escucho lo importante, lo que me acerca al Señor.
- Está perfecto, es admirable  que puedas separar al hombre del clérigo pero permitime  que yo no sienta igual.
- Es que vos estás cerrada y no quieres dejar entrar a tu alma al Santísimo.
- Entiendo, pero permitirme disentir, aparte, perdón por mi poca modestia pero ¿ quién asegura que no tenga en mi alma al Santísimo?
- Mi tarea es acercarte, te voy a anotar para un retiro.
-  Te agradezco un montón pero creo que eso lo tengo que decidir yo.
- Ves? No me quieres escuchar.
- Si, hace mucho rato que te escucho atentamente ( ya íbamos por cuatro horas )
- Parece que yo insisto como los que tocan la puerta para que lean la Biblia, yo solo quiero que te acerques a la misa, a que te amigues con la Iglesia.
- Pero si yo no estoy peleada, yo rezo, pero dejame a mi modo, una vez un cura viejito me dijo que yo le ponía a todo mucha acción y poca oración, que tenía que balancear la cosa, bueno así será, ya lo modificaré, o no.
- Hoy mi tarea era dedicarme a vos.
- Bueno, que pena si no lograste nada.
- Si, lo logré...vas a ver, te voy a anotar en un retiro.
- Por favor ¿me podes dejar que yo lo decida? No me gusta ni mentir ni hacer algo que no sienta.
......... ( la cosa siguió un buen rato más )